Junto a Kim Ki Duk (Primavera, verano…) y Chan Wook Park (Oldboy), Bong Joon-Hoo convirtió a Corea del Sur en la tierra prometida del cine del nuevo milenio. Títulos como Perro que ladra no muerde y, sobre todo, Memories of Murder -siendo este, con seguridad, uno de los mejores thrillers de la década- no solo fueron sonados éxitos de crítica, sino también claros exponentes de un cine popular donde los géneros clásicos -como el policial- se redefinían y ensanchaban sus límites de acuerdo a un propio horizonte cultural.
Esta vez Joon-Hoo opta por el relato
fantástico, al presentar una extraña y gigantesca criatura salida del río Han,
en Seúl, que aterroriza a los ciudadanos y humildes vendedores ambulantes que
suelen dar paseos por la ribera. Precisamente, uno de los carretilleros es Gang
Du (Kang-ho Song, también protagonista de Memories
of Murder), un tipo torpe y de aspecto poco listo que merodea por los
alrededores, trabaja para el negocio de su padre y cuida a su pequeña hija.
Las novedades en cuanto a la
relectura del género son varias. Como ya han notado algunos comentaristas, a
diferencia de modelos reconocibles como Tiburón
o Alien, esta bestia anfibia sale
del agua a poco de empezar el filme, sin mucho preámbulo ni dosificación.
Espectacular y surrealista, lo vemos correr por la ribera en una especie de
secuencia celebratoria donde el pánico de las multitudes se aúna a este
antihéroe que tiene mucho de comediante vagabundo y despistado -que muchos
creen idiota o que es tomado como tal.
Estamos lejos de la solemnidad y el
terror “serio” al estilo de Hollywood (como prueba véase la soporífera El día que la tierra se detuvo). Por el
contrario, Joon-Hoo es uno de esos cineastas muy sensibles a la observación cálida
e irrisoria de personajes del pueblo, a la idiosincrasia de la clase
trabajadora, y tiene esa capacidad para reírse o empatizar con ellos sin caer
en el costumbrismo, la idealización o la mirada paternalista.
No es casualidad que los héroes sean
una familia de perdedores, constituida por el tonto Gang Du, su padre -un vendedor
de calamares a la parrilla-, y dos excéntricos hermanos -una joven deportista
casi autista, y un bachiller desempleado que exclama: “y pensar que he
sacrificado mi juventud para que ni siquiera me den un empleo”-. En efecto, la
asombrosa presencia del monstruo podría desviar nuestra atención de lo que sin
dudas es una película que, en medio de su pedigrí fantástico y terrorífico,
contrabandea una filosa mirada a su país, por no decir una sugerente crítica
socio-política.
Para los escépticos, hay algunos
personajes que corroboran la afirmación anterior, como un oficinista
corporativo que confiesa que trabaja todo el día y solo tiene deudas, o como esas fuerzas del orden
coreanas que han cercado el río, han secuestrado a los ribereños, y parecen
hipotecar sus decisiones a la voluntad de los científicos y militares norteamericanos
instalados en Seúl. En fin, The Host
no solo es una gran producción y un refinado espectáculo que arranca risas y
suspenso, también es una mirada corrosiva y apocalíptica que se funde con su
pueblo -algo que, hoy en día, y no es vano decirlo, muy, pero muy pocos filmes
pueden hacer-. (En: Revista Somos Nro. 1153, 10/01/09)