miércoles, 10 de octubre de 2012

Capote (Truman Capote, 2005) de Bennett Miller



1959. Truman Capote lee, en el periódico, una noticia que despertará su interés: una familia de granjeros de Kansas es asesinada brutalmente. Será el inicio de su  proyecto más ambicioso: el libro "A Sangre Fría". La cinta se centra en los cuatro años de elaboración de la novela, lapso en que Capote siguió de cerca la investigación policial, el juicio y la suerte final de los asesinos Perry Smith y Dick Hickock.

La película tiene la forma de un eclipse. Al principio, vemos al autor de "Desayuno en Tiffany's" disfrutando de su notoriedad en la Norteamérica de la época. Capote se divierte en las fiestas neoyorquinas y se burla de la sociedad conservadora; exacerba, como en una especie de venganza, la personalidad excéntrica y llena de amaneramientos que le permite el prestigio y la fama.

Sin embargo, esa máscara de la figura pública comienza a minarse. El interés que supone el crimen de Kansas, y, en particular, el caso de Perry el líder, y el más complejo de los culpables, se convierte en una adicción destructiva. Es mérito de la puesta en escena haber sabido transmitir la mezcla de temor y fascinación que embarga a Capote. Y haber sabido mostrar, a través de breves retazos, la personalidad enigmática y oscura del condenado, lo que irá atrapando el espíritu del novelista hasta un punto de no retorno.

En efecto: por su propia condición homosexual, o por haber sido víctima de una niñez dura, Capote se reconocerá, cada vez más, en la biografía menesterosa de Perry, en su alma atormentada y hermética. Pero la película no idealiza ni a uno ni a otro. A pesar de sentirse afectado, el escritor muestra un egoísmo imbatible, lo que, a su vez, hace cuestionable su manera de manipular a Perry. Por otro lado, este último, muy bien interpretado por Clifton Collins Jr., está delineado con la dosis necesaria de aspereza y desequilibrio.

Lo que es menos evidente, es que el filme tiene otra dimensión, anónima, y que está presente como un mar de fondo. Se trata de la propia cultura norteamericana. Bennett Miller filma los luminosos páramos de Kansas con la misma frialdad con que registra las visitas de Capote a la cárcel. Así se presentan, también, los personajes secundarios, como el jefe de la prisión o el policía Alvin Dewey (Chris Cooper), marcados por una recalcitrante y celosa mirada puritana. Todo esto hace sentir, indirectamente, la crueldad de un país que proyecta su sombra sobre Perry y Capote, a fin de cuentas dos solitarios y marginales del sistema. 

Esta es una de esas películas de escritura clásica, que, en un principio, pareciera tentar un estilo casi ilustrativo. Sin embargo, a medida que el escritor comienza a verse atrapado por el caso, los fotogramas se hacen más sombríos, y las tomas cada vez más cercanas parecen dar réplica al encierro interior que lo consume. Ese eclipse lento, pero irremediable, se logra, en gran medida, gracias al memorable trabajo de Philip Seymour Hoffman. Su Capote está caracterizado con las galas de un actor experimentado que conoce a su personaje mejor que nadie. (versión modificada del texto publicado en Somos, 02/09/06)

Salvajes (Savages, 2012) de Oliver Stone



Oliver Stone es el director de dramas bélicos y biopics políticos como Pelotón, JFK, y Nixon, pero también es el artífice de títulos que proponen la sátira como ingrediente principal –ese es el caso de U-turn, Asesinos por naturaleza, y ahora, Salvajes. Basada en la novela de Don Winslow, esta última cuenta la historia de un trío de muchachos de California, donde “O” (Blake Lively) es la “novia compartida” por “Chon” (Taylor Kitsch) y Ben (Aaron Taylor-Johnson). Los tres lideran un feliz negocio de venta de marihuana, hasta que se les cruza en el camino un cartel mexicano liderado por la despiadada Elena (Salma Hayek)

Stone utiliza recursos conocidos: colores cálidos, sensuales movimientos de cámara, montaje dinámico. El estilo busca un efecto envolvente de seducción, en consonancia con el hedonismo del trío que, fuera de la ley, parece haber alcanzado un paraíso en la tierra. Hay una fábula de “pérdida de la inocencia” de los protagonistas, y todo el filme pone en juego los duros desafíos “deshumanizadores” que suscita la guerra con los gángsteres latinos. Lo que se resiente, no obstante, es que el tono cómico, a veces, no llega a suplantar bien las escenificaciones dramáticas que se presentan. Por otro lado, los mafiosos que interpretan Benicio del Toro y Salma Hayek no trascienden el esbozo y la caricatura. Stone ha hecho una especie de thriller lleno de humor y crueldad, que destila un virtuosismo y habilidad narrativa que su experiencia da por descontado, pero que está lejos de convencer del todo. (versión modificada del texto publicado en Somos, 29/09/12)

Ted (2012) de Seth MacFarlane


 

Seth MacFarlane llega al cine con esta comedia sobre un joven de la clase trabajadora (Mark Whalberg) que pone en peligro la relación con su novia (Mila Kunis), debido a su amistad con un oso de peluche que, mágicamente, cobra vida propia. El megalómano bebé Stewie de la serie de TV Padre de familia –que también tiene la voz de MacFarlane–, es ahora Ted. Vulgar y sucio, escatológico y mordaz, Ted es también una brutal humanización del tópico más amable de la cultura americana. La fórmula de MacFarlane: los íconos más “sanos” se convierten en armas perversas para que reine el humor negro, para que la anarquía se haga efectiva. Nadie se salva: ni el “ET” de Spielberg; ni las cláusulas prohibitivas de lo “políticamente correcto” relativo al machismo, el sexo, o los chistes raciales; ni la ética de trabajo de la sociedad americana (hay que ver a Ted siendo “ascendido” por insultar al jefe); ni una historia que juega con los diversos códigos genéricos: la buddy movie, la comedia romántica, el thriller de asesinos en serie, la acción, el drama, todos los clichés de Hollywood –el cine como fantasía e ilusión– entran en una ruleta lúdica, y son explotados por la comicidad malévola del entrañable Ted. Mención aparte para el homenaje cinéfilo a una cinta B de culto –la Flash Gordon de 1980–, otro ingrediente que hace del filme un tributo a la adolescencia, además de cáustica celebración de la cultura pop contemporánea. (En Somos 06/10/12)