domingo, 27 de mayo de 2012

Los vengadores (The Avengers, 2012) de Joss Whedon


A veces, un blobkbuster como este puede tomar el sendero artero de sagas como las de Transformers, dedicadas a la exhibición gruesa de explosiones, golpes de sonido y erotismo de publicidad televisiva. Felizmente, esto no ocurrió con la reunión de Thor, Iron Man, Hulk, y el Capitán América, comandados por Nick Fury (Samuel Jackson) para salvar al mundo del resentido y demencial Loki. 

Sin pretender optar por cuotas de oscuridad y profundidad hasta ahora solo exploradas por Christopher Nolan en su díptico sobre Batman, Whedon ofrece más que un despliegue de pirotecnia, sobre todo, aprovechando el carisma de sus mejores actores: Downey Jr. -Iron Man- y Mark Ruffalo -como Bruce Banner-, intercambiando con mucha soltura el humor, la acción, y las conocidas tribulaciones de sus criaturas. Es de destacar, en ese sentido, la habilidad para adoptar ese tono lúdico y cómplice que dio tan buenos resultados a la saga de Iron Man (2008) y X-men: Primera generación (2011). Otro acierto está en la dirección de los desencuentros que terminan por hacer ese espíritu de grupo tan necesario para un filme como este, más allá del espectáculo de rigor -hecho desde coordenadas estéticas lo suficientemente sofisticadas como para no aturdir con el puro efecto de choque-. Pese a las limitaciones de algunas interpretaciones y aspectos no desarrollados -como el que se refiere a los jefes de la pandilla, Fury y el agente Caulson-, el saldo es positivo -en parte, también, gracias al villano que encarna con su habitual talento Tom Hiddleston.    (En Somos 05/05/2012

Deseos culpables (Shame, 2011) de Steve McQueen


 

La cartelera local sigue su buena racha con este drama del británico Steve McQueen (Hunger, 2008), sobre un adicto al sexo que interpreta Michael Fassbender. Mientras sufre el asedio de su hermana (Carey Mulligan), quien tiene graves problemas de depresión y bipolaridad, el protagonista es uno de esos exitosos ejecutivos neoyorquinos que se debate entre llegar temprano al trabajo y soportar la angustia de esperar el próximo encuentro sexual. McQueen lo filma de cerca, tratando se exprimir al máximo la tensión y ansiedad que Fassbender destila con una naturalidad desarmante.

Tonos apagados y oscuros, muy pocos planos abiertos que dejen respirar al espectador, un estilo transparente que deja brillar los rostros de los actores, es todo lo que necesita McQueen para enfocar una compulsión y soledad que parecen no tener cura. De Mulligan, una cantante en ciernes de vida desbocada, se explota bien una cuota de fragilidad y desesperación, en contraste con esa apariencia de control y seguridad que  su  conspicuo hermano pretende exhibir en todo momento -unque lo logre cada vez menos. Lo interesante está en ese proceso de autodestrucción que es trabajado sin truculencia, sin verbalizaciones didácticas ni complacencias inverosímiles. Todo pasa por el cuerpo contrito de Fassbender, y por ese gran tour de force actoral que le ha sabido extraer McQueen. Los reparos son pocos: música solemne que subraya el dramatismo, algunos personajes que no son suficientemente desarrollados, pueden ser algunos. Pero el resultado deja ver a un cineasta sorprendente, con mucho por decir. (versión modificada del texto publicado en Somos, 19/05/12)

Drive: escape perfecto (Drive, 2011) de Nicolas Winding Refn



Llega una de las películas más aclamadas del año pasado, denominada por algunos como “neo-noir” por sus referentes: desde los antihéroes del cine negro de los años cuarenta y la serie B de los años ochenta, pasando por transfiguraciones cercanas al horror como las de David Lynch por ejemplo. 

Algunos han reprochado a Drive carecer de un núcleo dramático efectivo. Eso quizá se deba a que la intriga criminal se pone, desde el primer momento, por encima del conocimiento de la biografía del protagonista –Ryan Gosling interpretando a un experto corredor de autos y “doble” ocasional en escenas de riesgo de producciones de cine. Se trata de un chico rudo sin nombre ni pasado, que vive bajo la ética de aquellos justicieros fuera de la ley, inmemoriales y de pocas palabras como los que hizo Eastwood bajo la batuta de Sergio Leone. Por lo mismo, podemos decir que el planteamiento de Drive es coherente. El hermetismo del héroe no deja sentir otra cosa que un estado existencial extraño y sombrío, anónimo y triste, recio y desgarrado. Él es un observador impasible que termina tomando partido por la frágil doncella que interpreta Carey Mulligan. Y en medio de todo, atmósferas siniestras, silencios mortales, y una sensación de incertidumbre que no da tregua. Más allá de la adrenalina, Drive propone un interesante cuadro social y psicológico, aunado a la fina relectura de la serie B de acción de todos los tiempos. (En Somos 26/05/2012)

viernes, 18 de mayo de 2012

Vengador anónimo (Seeking Justice, 2011) de Roger Donaldson


El neozelandés Roger Donaldson es uno de esos directores de Hollywood conocidos por conseguir taquillazos con películas muy malas (Cocktail puede ser la más representativa), por fraguar otras interesantes y logradas -El gran robo (The Bank Job, 2008), con Jason Stratham, quizá sea su mejor título-, y otras meramente funcionales, dispuestas a atraer la atención con algunos giros de la trama, secuencias de suspenso preparadas con oficio, y el aprovechamiento de algún actor de primer orden capaz de sobreponerse a las limitaciones de su personaje -recordemos a Al Pacino en El discípulo (The Recruit, 2003).

Vengador anónimo pertenece a este último apartado. Un profesor de literatura (Nicolas Cage) afronta un terrible episodio criminal en su vida, mientras un sujeto misterioso (Guy Pearce) le ofrece un pacto basado en la venganza más allá de la ley. Lo interesante de este punto de partida es la historia paralela que va construyendo este ciudadano común. Vida secreta que, como en los relatos de Hitchcock, debe ocultar de su esposa (estupenda January Jones). Pero lo que en un inicio se mostraba como un relato de atmósferas, de elucubraciones mentales y psicológicas, de trazos clásicos y perturbadores, termina despeñándose por los linderos más comunes de la acción y el puro vértigo de sucesos hilvanados con poca sutileza. Lo único que queda en pie es la actuación de Cage, cuya concentración y carácter es capaz de remontar a los cineastas menos inspirados y a los hechos más inverosímiles.(versión modificada del texto publicado en Somos, 12/05/2012)

martes, 8 de mayo de 2012

Bastardos sin gloria (Inglorious Basterds, 2009) de Quentin Tarantino


Fue anunciado como el proyecto más ambicioso del director de Pulp Fiction, y, paradójicamente, Bastardos sin gloria es el  primero de su autor que no ha convencido a todos. ¿Es acaso fallido? Podría serlo a la luz de esa filmografía impecable (hecha de cinco obras maestras donde no sobraba ni faltaba ni un solo fotograma). Con Bastardos sin gloria, sin embargo, tenemos la sensación de que algo falta y algo sobra, a pesar de que de principio a fin estemos ante una cinta virtuosa, inventiva, original e irreverente.

Primero vayamos al corazón de la película. En él, ya adivinamos el tema de fondo de toda la obra del director. Sus historias articulan, una y otra vez, una moral de la venganza a menudo, el ideal detrás de ese saldo de cuentas es conseguir la paz de una nueva vida, paradójicamente, alejada del crimen que proviene de la ética del hampa, de los que están fuera de la ley, y que y ese es el logro mayor los espectadores interiorizábamos al encarar la humanidad de un antihéroe. En el mundo de Tarantino, la crueldad, o la medida de la venganza, tiene un límite, que por lo general es sobrepasado por el sadismo del enemigo verdadero villano y representante del Mal absoluto, como, por ejemplo, el Bill de Kill Bill.

En Bastardos sin gloria, la venganza es de los que pretenden invertir la lógica imperante: ahora serán ellos unos soldados estadounidenses de origen judío liderados por el teniente Aldo Reine (Brad Pitt) quienes cambiarán el rol de víctimas por el de pesadilla de los nazis, diezmándolos brutalmente y cortando sus cabelleras una vez muertos, al estilo sangriento y ritual de los indios americanos.

El problema, sin embargo que no aparecía en los anteriores filmes del autor es que nunca podemos conocer bien los motivos personales que llevan a cada integrante a formar parte de esta banda que toma la justicia por su cuenta, de esta “ira de Dios” que azota a los seguidores de Hitler. Por eso mismo, hubiéramos pensado que iba a ser la historia paralela de Shosanna Dreyfus (Mélanie Laurent) -una judía que sobrevive a un cruel exterminio del Coronel Landa (en la antológica actuación de Christoph Waltz) y que luego idea un plan para terminar con el mismo Hitler- la que aporte esa densidad dramática que le faltaba al filme. Pero eso tampoco sucede. La Shosanna de Tarantino es apenas entrevista en la dinámica coral, lo que también se extiende a los “bastardos” que, conforme avanza  el metraje, van perdiendo protagonismo.   

Todo esto le resta profundidad y complejidad a una cinta que por ser ligera no deja de destacarse, de afirmar su originalidad y delirio, donde lo irrisorio se sigue dando la mano con lo siniestro: el humor, los diálogos extensos, algo de gore, pastiches y referencias explícitas al cine alemán de la era nazi, la escenografía de las películas de guerra, etc. hacen un colorido coctel junto con la  idiosincrasia de personajes tomados al vuelo que parecen haber salido de Pulp Fiction: Eli Roth (director de Hostel) se convierte en un matón endemoniado que rompe cabezas nazis con un bate de béisbol, no sin antes ensayar un ritual samurai; el Sgt. Hugo Stiglitz (Til Schweiger) nunca habla pero es el más temperamental e implacable de todos; mientras que nada parece inmutar el desparpajo y desenfado del líder (Pitt), tan hábil para contar chistes como para mantener firme a su regimento. Finalmente, no podíamos dejar de mencionar al Col. Landa, una monstruosa criatura que sale de la pantalla, y que termina por ser más grande que la película. (Somos, 17/10/09)