martes, 20 de marzo de 2012

La piel que habito (2011) de Pedro Almodóvar


Antonio Banderas es Robert Ledgard, un científico que trabaja con la genética para producir una piel que permita reconstruir los cuerpos y los rostros irremediablemente dañados. Es así que el doctor se obsesiona con uno de sus experimentos -ligado a una misteriosa muchacha, Vera (Elena Anaya)-, a pesar de la desaprobación de la comunidad científica. Pero lo que está detrás de estas excéntricas tareas es una serie de tragedias que, como un laberinto de historias que llevan a otras, van redimensionando nuestra comprensión de los personajes y sus acciones -de una forma tan radical y profunda, que resulta, a la vez, perturbadora y conmovedora.

Más cerca de los dominios de un Cronenberg y las fronteras más sutiles del horror, Almodóvar fabrica un tejido onírico y sinuoso, lleno de disfraces y mutaciones, de imágenes y motivos de resonancias míticas (las estancias de Franjou y Whale, las desgracias pigmaleónicas del Vértigo de Hitchcock). Pero siempre logrando una síntesis intransferible, que incorpora lo grotesco, el melodrama, un extraño humor, así como sus siempre distintivas quimeras de identidad, para terminar haciendo verosímiles los caprichosos giros del destino, y poniendo al pensamiento frente a las dimensiones más problemáticas del ser humano. Y diremos al final: ninguna alusión a la historia del cine -en este filme hay muchas- basta para agotar la hondura de uno de los títulos más cautivantes de la carrera de su autor. (En Somos, 17/03/2012)

domingo, 18 de marzo de 2012

Un mundo mejor (Haevnen, 2010) de Susanne Bier


Llega esta ganadora del Oscar a mejor filme extranjero de 2011. Se trata de la historia de dos amigos, dos niños que se encuentran en medio de un contexto destructivo. Mientras que Christian enfrenta la muerte de su madre tras un largo padecimiento de cáncer, Elias debe encarar el bullying que sufre, en el colegio, de parte de compañeros más grandes que él. Ambos tomarán dos actitudes diferentes: mientras uno decide hacer justicia con una violencia mayor, el otro se ve desconcertado y temeroso frente a lo que pueda pasar.

Un mundo mejor configura retratos sicológicos al límite, plantea situaciones brutales con sequedad y sin efectismos, y, sobre todo, articula, con éxito, diferentes vidas -porque hay que sumar la de los padres: un matrimonio en trance de separación, más un padre viudo que no puede reconciliarse con su hijo. En este punto, vale la pena mencionar el sugerente paralelo que hace Bier con la historia de Anton (Mikael  Persbarandt), uien trabaja salvando víctimas de las guerras étnicas, como cirujano, en la zonas más pobres de África -donde también se presentan relaciones de abuso sistemático-. Lejos de remarcar sentidos de forma plana, Bier no deja de lado las múltiples aristas de los relatos, y no sucumbe ante la proliferación de tramas, sino que las engarza en un tormento moral y dramático bastante intenso y desgarrado. El final, si bien algo tranquilizador, no desmerece lo logrado por este estupendo filme europeo. (En Somos, 10/03/ 2012)

miércoles, 7 de marzo de 2012

El artista (The Artist, 2011) de Michel Hazanavicius


Sin dudas la apuesta de Michel Hazanavicius es, conceptualmente, bastante audaz: hacer un filme mudo, recreando el estilo de los inicios de Hollywood, convocando alegría y tristeza por igual. En realidad, la baraja de cartas es conocida para los cinéfilos: la historia del actor de la era silente que, tras el arribo del sonido, se convierte en una estrella olvidada, ya está en Sunset Boulevard; el cuento de amor entre un ídolo en ascenso (Bejo) y uno en descenso (Dujardin) nos recuerda Nace una estrella de Cukor, mientras nos llegan otras resonancias de Cantando bajo la lluvia, y, en algunas resoluciones visuales, Ciudadano Kane.

Lo mejor del filme está en la capacidad del director y los actores para configurar un registro físico y una estética antigua que funcionen a un nivel de complicidad con el espectador. Esto, incluso, continúa su impronta lúdica con las citas (la música de Vértigo de Hitchcock), y  la doble lectura de muchos diálogos leídos en intertítulos (Dujardin no quiere hablar para el cine sonoro, pero tampoco quiere conversar con su esposa). La fotografía, la limpidez de los planos, el uso naif de pocos elementos, resultan atractivos en un primer momento. Pero la fórmula se desgasta pronto. Los personajes no revelan profundidad, las situaciones se vuelven demasiado predecibles. El artista puede ser el homenaje a un cine mudo ligero, complaciente, hecho de clichés, de juegos de lectura. Lo que no basta para hablar de una cinta de veras arriesgada y conmovedora.  (versión modificada del texto publicado en Somos, 03/03/2012)